La qunsulia para descuartizar periodistas, claro que sí. Claman las televisiones árabes junto con las occidentales.
Murió por error en una discusión, dice el poder saudí que envió a la guardia real armada de sierras eléctricas, claro que sí. Reformismo a tope el del príncipe heredero, según escribían los colegas del despedazado en el Washington Post. Como se trataba además de un periodista de la elite, afín a otras facciones de la familia real, repercute mucho más que los yemeníes que el descuartizador descuartiza desde hace tiempo.
El rey español lo abraza, las empresas españolas lo arman y veneran a alta velocidad cortesana a la Meca. Y de pronto la hipocresía política española se horroriza. Pero qué horror Cuba y Venezuela, se enrocan aún algunos, siempre afines a las cloacas monárquico-empresariales del poder español.
Junto al escuadronista de la muerte Bolsonaro y al descuartizador israelí de niños desarmados: triple alianza de monstruos la de Trump, señala el sociólogo Petras. El heredero saudí lo fiaba todo al parecer a la irrestricta capacidad de posverdad de Trump, pero no pudo ser. Esto lo hubiera sabido antes un niño andaluz de diez años que cualquier exministra del PP, qué duda cabe, o que cualquier vendedor de armas y corbetas del PSOE tras ganarse un dinerito sobre Abengoa usando información privilegiada, hoy solucionando la mala imagen exterior por el tema catalán.
Entretanto, como señala Armanian, Madeleine Albright, la gran criminal de guerra de estas décadas, satisfecha de pagar el precio de dos millones de niños a viva voz con Clinton, de destruir Yugoslavia o alimentar el genocidio de millones a machetazos en Ruanda mientras nos decía que apenas existía, se pone en el lado de los buenos y llama fascista a Trump.
Esos raros momentos en que no hay como ponerse del lado de la razón para evitar marearse en el baile de los equívocos y los farfullos de disculpa ininteligibles.
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