2018: verano que esperó primavera hasta el último momento, explicar a los tercos ambientales que la inestabilidad de las corrientes en el Atlántico también es cambio climático.
Cifuentes, Rajoy: todo lo que decían que era sólido se desvanece en el aire.
Sánchez: todo lo que era vacuo e intrascendente se solidifica en gobierno.
Rivera: condescender al asalto al cielo desde el trompeteo nacional, xenófobo y patriarcal de querubines de los amos olímpicos.
Y Europa aprieta, pero no desahoga.
Eurobonos, mutualización de las deudas: no es no en Alemania hasta que arda el Walhalla por todos los costados de Sur a Este, que Bild escupirá rotativos sobre los mendigos sureños de dolce far niente.
Italia: soñar con arias en que el gigante alemán se derrumba sobre sus pies de barro sociales y bancarios.
Trump: guerra comercial al mono de la UE, que no es de goma.
Israel: lavar la cara en festivales y torneos aplaudido por EEUU y la UE, incluso Rusia, mientras prueba triunfal sus nuevas armas sobre las víctimas del eterno retorno.
Irán: si vis pacem de todos modos tendrás guerra.
China: desbancar económicamente a la superpotencia con comedida discreción, rearmarse con prudencia confuciana de general Tzu, puesto que impedirán a toda costa que la ruta de la seda vaya como la seda.
Rusia: sobrevivir a la crisis de los precios del petróleo, plantarse con firmeza bélica en los puntos estratégicos sensibles para restar sentido a la geopolítica del caos, o quizás ya no, descollar en la ciberguerra, lavar su autocracia y el rechazo juvenil a cuenta de su orgulloso estatus de declarado enemigo número uno de los enemigos primordiales del mundo mundial.
Y la sobrehinchazón de activos, preparando el próximo boom de depresión profunda: ¿y quiénes sabrán bucear en un océano de deuda corporativa...?
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