La celeridad con que los presidentes del PP eclipsan, ningunean o incluso ensalzan el cáncer de sus víctimas es directamente proporcional a la que emplean en eliminar a cuantos combaten el cáncer que su estilo tumoral expande con tanta buena conciencia, insobornable por realidad y humanidad algunas.
Cuentan con Cañete, Gallardón, Wert o Báñez para distraer un rato, pero con todo estos figurantes de gangrena no alcanzan a prolongar nuestros espasmos hilarantes y asombro filosófico más allá del comercio chino de la esquina, donde refugiarnos de la gobernanza kitsch y los debates de béísbol.
Les salva que en democracia no existen delitos de opinión contra estas víctimas, que algo habrán hecho. Siempre nos quedarán las listas de excluidos de la sanidad, educación o vivienda por si la memoria los desentierra de la ignominia algún día. Aunque tendrán que esperar su turno detrás de cientos de otros miles por honrar, que se han quedado en los huesos de la espera.