1º de Mayo
y último de Filipinas. Flor de ningún día, que ya nos quitaron el sayo en el ensayo. Y qué celebrar, si consiste en conmemorar en precario. Y
cuánto que lamentar cada vez más débilmente, ahora que el coro acaba de perder
185.000 voces de una tacada en la última EPA trimestral, si otros seis millones se diluyen en la afonía social para terminar de
alegrarle la Champions al atlético
Rajoy y agrandarle las falacias a Montoro, para medírsela con el mundo mundial.
El día del tripalium los oferentes suelen deambular
por centros comerciales y parques patrocinados la cerviz plegable al peor
postor. Cifuentes nos desgrana una a una las uvas de la ira con cada campanada
antisocial, porque ella en sí misma es un sol. Alguien nombra a los sindicatos. Ni su prolongada
incorporación a la sepultada memoria histórica evita la detención del audaz por
la policía política, por uso indebido de anacronismo en vía pública.
Nostálgicos de cuánto trabajo nos daban las elites, que casi valían la pena sus
masacres históricas. Hoy ni eso. Felicitemos
a los chinos, dibuja El Roto. En
Rusia o el sudeste asiático amanecen reivindicativos. Ya nos va quedando menos
para alcanzar sus mismas condiciones, con permiso de los griegos.
Porque no
todo es sombrío y catastrófico. En los ayuntamientos de la derecha se
amortiguan gentilmente las luchas de clase mediante batallas de flores. Es
innegable que este gobierno no renuncia a darle empleo indefinido a toda clase
de vírgenes inmaculadas de toda verdad. Esperanza sin luces, sobre ruedas y de
alta graduación, no debe cegarnos al destello estelar de tantas luces de esperanza,
fe totalitaria y una pizca de caridad.
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