¿Cuánto de
barroco se puede pretender alguien que cabecea con Góngora siempre a mano en la
mesilla, se desayuna con la parte IV del Discurso
del método, acude a perderse en el laberinto de la gran urbe envuelto en
delirios solipsistas, juega al ajedrez con la muerte en mortíferos tugurios, guerrea
armado de insomnio contra las tendencias irresistibles de sus sueños calderonianos,
incluso su inestimable habilidad pascaliana tamizada escherianamente de soñar que
es un rey que sueña que es un mendigo quien a su vez sueña que es ese mismo rey?
Por favor, no es preciso que contesten enseguida: podría tratarse de la narración
de un idiota llena de ruido y furia carentes de sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario