viernes, 13 de septiembre de 2013

Barroco




¿Cuánto de barroco se puede pretender alguien que cabecea con Góngora siempre a mano en la mesilla, se desayuna con la parte IV del Discurso del método, acude a perderse en el laberinto de la gran urbe envuelto en delirios solipsistas, juega al ajedrez con la muerte en mortíferos tugurios, guerrea armado de insomnio contra las tendencias irresistibles de sus sueños calderonianos, incluso su inestimable habilidad pascaliana tamizada escherianamente de soñar que es un rey que sueña que es un mendigo quien a su vez sueña que es ese mismo rey? Por favor, no es preciso que contesten enseguida: podría tratarse de la narración de un idiota llena de ruido y furia carentes de sentido. 










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