Nuestros
torturadores franquistas preferidos siguen viviendo entre nosotros, acusados
por la justicia internacional pero protegidos desde las entrañas del Estado
legado por el sangriento dictador. Al menos en adelante tendrán más rubor en
nadar y guardar la ropa tan sucia en las mismas piscinas públicas en las que sus
víctimas se bañan con sus hijos, o no podrán evitar airear cada vez en la panadería
su personalizado retrato de Dorian Gray. Billy
el Viejo no logrará sustraerse al golpeo con saña en la losa de sus riñones de parte del viejo Billy el Niño de la brigada político-social.
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