Como en el proverbio
chino, el mejor encriptamiento para protegerse de la intrusión de la NSA y afines
es dejar la puerta completamente abierta a las mil interpretaciones. Que hurguen
si pueden en las metáforas y retruécanos, que expurguen la amenaza escurridiza y
juguetona culebreando entre los distintos pisos semánticos, que se estrujen los
bits hasta diagnosticar en qué nivel de alerta colocar esa sucesión de desvaríos
no tan desencaminados. Todos los días le visitaban a centenares desde diversas partes
del mundo, y se entregaba a impartir desinteresadamente cibertalleres de imaginación
a las máquinas.
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