El problema
de Parménides fue que se quedó enganchado al Aleph de Borges, más de dos mil
quinientos años de soledad. Jugando a la rayuela en Libertadores, el Ser se reveló un
corralito, este sí, intraspasable. Sin oponente dialéctico de altura, Dios
acabó jugando al fútbol para no lanzarse a la mala vida inmediatamente.
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