El cuervo
de Poe siempre le había suscitado los más tiernos sentimientos. Su lealtad, su
saber estar eternamente a la vera del protagonista condenado, su obsesión
reiterativa anidando en la sima infinita, en el vértigo sin referentes ni asideros
del pecho –que hoy reconocemos y vivenciamos como el espacio exterior- y en general
su renacimiento asegurado con cada rebrote de romanticismo gótico en la cultura
popular, cronificado por las décadas de las décadas amén.
Los Reyes Magos debían serlo hasta un cierto punto, había razonado siempre, puesto que jamás lograron atraparle uno. Así es que se sacó los ojos.
Los Reyes Magos debían serlo hasta un cierto punto, había razonado siempre, puesto que jamás lograron atraparle uno. Así es que se sacó los ojos.
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