Aquella
mañana había querido descender a razonar en los detalles, así es que no pudo destilar
ni extractar ni una sola frase intemporal. Entonces lo mismo le abordaban en la
vieja y quemada Lisboa que mal-llevando el famoso reloj en Praga. Le perseguían igual
en el Trastevere romano, y sus agrestes clarooscuros de calles, que en los refinados
clubs sadomasoquistas de la liberal Bruselas. Le sorprendían bailando can-can
en un burdel familiar en Viena, febril y psilocíbico en el canal de Amsterdam o
navegando de noche entre Buda y Pest la magia del oriente perfumado y silencioso.
Solo en el recuerdo podía declararse europeísta, zanjando toda deuda contraída
a fuerza de neocolonialismo atroz y cuadros de Cézanne. Y siempre estructurando
una quita en aquel clima de desintegración histórica, con el típico sabor kafkiano
de los sótanos del alma. Aquella moneda única era como una rueda de molino colgada
al cuello, mientras braceábamos a la desesperada el titánico naufragio en casa. Como
este que los africanos nos espejean en sus pateras, en miles de fugaces reflejos
en nuestras lindes de mar. Justo este desastre de mar aquí delante, condenado a
contener el gran naufragio.
Preciosa entrada con la tragedia de media Europa de fondo y la que se produce día sí y día sí delante de esa puerta que le cerramos a África.
ResponderEliminarA mí me produce una gran tristeza el ocaso de una gran civilización, pese a todos su defectos y fechorías cometidas por algunos de sus hijos.
Bicos.
Gracias ti, también preciosa.
ResponderEliminarBicos