La urraca,
dadas sus tendencias cleptómanas y sus limitaciones contables, últimamente ratificadas
por los investigadores naturales, solo alcanza para una soberbia ópera bufa de
la última etapa alemana de Rossini, mejor
incluso que como burda metáfora clerical de los componentes de un gobierno ladro que desfilan testimonialmente por
los tribunales, desde Toledo a Estrasburgo, como exóticos indígenas de
costumbres inconmensurables con todo aquello, pobladores de un universo
incomunicable e intraducible. Como si vinieran de defenestrar en casa a
policías y jueces que se han atrevido a excavar en sus insondables negocios políticos, amén
de un ministro de Justicia que va logrando que una mano sostenga la balanza,
pero la de pagos, la otra mano se tape la nariz, y la venda caiga de los ojos
para ejercer de mordaza social.
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