El niño climático siempre le toca a
alguien, como una lotería malthusiana que pudo ser aprovechada por el cruel e
inhumano capitalismo victoriano para desperdigar los holocaustos silenciosos,
sin publicidad, por el orbe. El siglo XXI se obceca en reeditar el siglo XIX
que exterminó muchos más millones que el nazismo. Esas plagas humanas que
estorbaban sobre las minas de minerales preciosos, ese color negro de las
pieles que le sobra vaporoso a nuestro líquido oro negro en sus tierras. El
joven Hitler se entretenía organizando batallas a muerte entre las ratas de la
mugrienta pensión para que se comieran entre ellas, contaba en Mein Kampf. Humilde remedo de las espectaculares
gestas del hambre orquestadas por aquellos colonialistas, a caballo de terribles
sequías de humanidad, y a espaldas de la conciencia de los ilustrados y lustrosos burgueses
de la metrópoli a caballo de vapor, que de haberlo sabido hubieran concluido que Dickens
exageraba en casa.
Aquí el cuento de Navidad se invierte, y millones de parados, desahuciados, dependientes abandonados y niños pobres que pierden el derecho a seguir estudiando, sufren a través de las pantallas el espíritu destemporizador del pasado, del presente y del horroroso futuro, terminan renegando de su ira bastarda y acuden a casa de Botín a pedirle perdón por sus desmanes.
Aquí el cuento de Navidad se invierte, y millones de parados, desahuciados, dependientes abandonados y niños pobres que pierden el derecho a seguir estudiando, sufren a través de las pantallas el espíritu destemporizador del pasado, del presente y del horroroso futuro, terminan renegando de su ira bastarda y acuden a casa de Botín a pedirle perdón por sus desmanes.
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