martes, 18 de febrero de 2014

Solución inicial



¿No los matamos? ¿Y cuál es tu solución, que abramos las fronteras? No, las mentales jamás se nos ocurriría. Como labor ciclópea resultaría más factible horadar con las uñas un túnel en el hormigón también armado de las rocas, o alargar piedra a piedra hasta Tetuán el cacareado espigón. Con aquellas piedras que los ahogados no hayan logrado hurtar consigo hacia el fondo del mar, donde se rumorea que atesora hace milenios en expolio inacabable nuestras ruinas más veraces.
¿Mi solución?  Yo me siento un tanto asfixiado en esta tierra de nadie peninsular entre las vallas africanas y las vallas que nos separan como periféricos de la metrópoli europea, cada vez más cortantes e inaccesibles para la mayoría de nosotros los subpirenaicos. ¿Por qué no dejar que pasen por España, facilitándoles a la gran mayoría de ellos que accedan a Francia y sigan como mejor les parezca, con la encarecida recomendación de que no dejen de visitar los auténticos centros del poder financiero, económico y político europeo?
Qué más quisiéramos que sobresaltarnos entre las basuras dentro de unos años al leer en El País y demás prensa del viejo régimen enarbolarse, de parte del Ministerio de Inmigración y Delincuencia de la UE, la cifra de cien veces 30.000. A ser posible en el alemán o francés valón más asustaviejas que manejen para entonces.
Sería sencillamente retrotraer la frontera, cosida a disparos de ángeles guardianes de las esencias, por ejemplo hasta la misma Berlín. Primero tomamos el Tarajal, y luego tomamos Berlín. Una gloriosa conquista. Por supuesto me refiero a la increíble conquista social, no a la territorial. En lo territorial ya ocurre que en España no se pone el sol sin el consiguiente permiso y beneficio de las grandes eléctricas, tan capaces de cortes en el suministro de luz como en el de autonomía.










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