¿No los matamos? ¿Y cuál es tu solución, que abramos las fronteras? No,
las mentales jamás se nos ocurriría. Como labor ciclópea resultaría más factible
horadar con las uñas un túnel en el hormigón también armado de las rocas, o alargar
piedra a piedra hasta Tetuán el cacareado espigón. Con aquellas piedras que los
ahogados no hayan logrado hurtar consigo hacia el fondo del mar, donde se rumorea que atesora hace milenios en expolio inacabable nuestras ruinas más veraces.
¿Mi
solución? Yo me siento un tanto
asfixiado en esta tierra de nadie peninsular entre las vallas africanas y las vallas
que nos separan como periféricos de la metrópoli europea, cada vez más cortantes e inaccesibles
para la mayoría de nosotros los subpirenaicos. ¿Por qué no dejar que pasen por
España, facilitándoles a la gran mayoría de ellos que accedan a Francia y sigan
como mejor les parezca, con la encarecida recomendación de que no dejen de
visitar los auténticos centros del poder financiero, económico y político
europeo?
Qué más
quisiéramos que sobresaltarnos entre las basuras dentro de unos años al leer en El
País y demás prensa del viejo régimen enarbolarse, de parte del Ministerio de
Inmigración y Delincuencia de la UE, la cifra de cien veces 30.000. A ser posible
en el alemán o francés valón más asustaviejas que manejen para entonces.
Sería sencillamente
retrotraer la frontera, cosida a disparos
de ángeles guardianes de las esencias, por ejemplo hasta la misma Berlín. Primero
tomamos el Tarajal, y luego tomamos Berlín. Una gloriosa conquista. Por supuesto
me refiero a la increíble conquista social, no a la territorial. En lo territorial
ya ocurre que en España no se pone el sol sin el consiguiente permiso y beneficio
de las grandes eléctricas, tan capaces de cortes en el suministro de luz como en
el de autonomía.
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