lunes, 16 de diciembre de 2013

Caducidades





No te disfruto, día de invierno. Apagas el año en las colillas maceradas de camino, con la losa gris del silencio boreal. Prendes la mirada fúnebre de horizonte. Hornadas de trabajo. Los vaivenes del apartheid para rendirle homenaje a Mandela. El cartero que no llama ni siquiera la primera vez, y menos aún a Neruda. A Rossini le tirabas al suelo un aria que, por pereza de bajar de la cama un día tan frío, se reescribió en otra aria distinta. Era trabajo, y siempre tiene sus accidentes.
Se homenajea a Camus, se entierra a Sartre. Pero yo prosigo con esta náusea. Los españoles que sobreviven o mueren de alimentos caducados también. ¿Acaso no son nuestros cebados ministros millonarios como Cañete expertos en difundir la necesidad como virtud, alentando a los yogures caducados? Consejo sabio que bien vale todas las ayudas sociales retiradas a millones de desempleados, desahuciados y hambrientos patrios velazqueños del esperpéntico neobarroco español.
Hacer de tripas corazón podrido, de manzana envenenada, como si de una caduca y demediada Constitución se tratase. Morderla con alivio como Tchaikovsky, último cisne del lago al que Putin hubiera apaleado. Como el Enigma de Turing, no superando el test hormonal de la inteligencia artificial británica, que así pudo rescindir su inconmensurable deuda con él, caza de brujas mediante.  











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