El fiscal
decide exhumar el Tribunal Constitucional al que pertenece por primera vez en
su historia, a la enésima negativa de este a desposicionarnos en el oneroso ranking
mundial de desaparecidos y enterrados en cunetas, después de Camboya. Las
nuestras, que poseen hoy precisamente la insondable hondura de las fosas
marianas. Quién entiende hoy la necesidad de un nuevo proceso constituyente con
lo bien engrasada que está la religión política del Libro, que ya desenterró
todos los fantasmas que precisaba para deambular en cada enjuague
privado-público, en cada cúpula bancaria, en cada agenda de infraestructuras
gubernamental, en cada costilla rota que no sean las de trato preferencial de
la represora Cifuentes. Las criptas reventadas de espesas y opacas telarañas,
el oscuro de las tardes invernales en brumosos despachos de madera y adusto
gesto reprobador, entre el frufrú de togas y carnés del partido. Un horror hacer
de grieta en una eternidad tan enmohecida.
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