Huxley se
balanceaba sobre la tela lisérgica de una araña, y como veía que resistía,
escribía para llamar a otro nigromante. Etcétera. La canción se extiende y
diversifica por cada uno de los infinitos rincones fractales ad nauseam, de modo que no la
perseguiremos. Pero Huxley logró una sugerente literatura fenomenológica al
respecto, qué gloriosa experiencia cabe, no obstante tanto lapislázuli. Sale a
la calle a despejarse de la lectura y se topa con el intenso clima navideño que
Levi-Strauss tildara de nuestros propios potlachts
destructivos, y piensa por un momento
que se le ha contagiado el efecto a través de la lectura y que el cuadro
dantesco de compraventa incesante del vínculo social entre guirnaldas solo
bulle en sus recuerdos más profundos, y no ahí delante. ¿Cortesía del genio
maligno cartesiano entregado a bajos menesteres? Puesto que deambula por
callejas laberínticas de un Fez instantáneamente nevado.
Importando
deslumbrantes brumas míticas de vergeles imaginados, recreaciones en impostura
colectiva de lo que nunca fue, y menos aún tan glorioso, enfrente de este desarbolado
pero resiliente puestecillo de especias orientales. Solo así alcanza a disfrutar la fiesta
del chivo, cual rey mago.
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