El gobierno
le quitará la calefacción a los pobres en el crudo invierno de nuestro
descontento, y para compensarlo crea desde hace semanas un estado caótico de
indeterminación que oscila entre la brutal subida de estos años y una subasta que
encarecerá la tarifa de nuevo un 11%. Algo que primero anuncia, luego borra el
tuit, y luego negará haberlo borrado. Rato sale al menos mediáticamente indemne
de esta estafa acumulativa, la del arcano déficit
de tarifa eléctrica que se inventó para expoliarnos desde el Estado al servicio del
oligopolio.
Tanta indecisión
se equilibra en contrapartida con la premura y determinación con que han
paralizado en el Constitucional el decreto andaluz antidesahucios y devuelven a
la calle a miles de familias; como les ocurre a otras miles cuya vivienda
social en Madrid ha sido vendida a fondos buitre extranjeros. O con la que se lanzan
a reprimir y castigar democracia. O a domar ovarios irreverentes e imponer embarazos
no deseados como ineludibles cadenas perpetuas para mujeres pobres, de vuelta al
proletariado. Hay que defender piadosamente los derechos del nasciturus con malformaciones, aprovechando
que se aborta definitivamente la Ley de Dependencia.
Gallardón convence a las manifestantes de la
necesidad del aborto retroactivo para algunos ministros. Y cuando al fin el gobierno
asustado les chafa la subasta, las eléctricas están que echan chispas. Por ver
si son los rosarios en los ovarios o es la tormenta eléctrica de intemperie sobre
los pobres, generada por bastante más inepcia política que la contratada por los
votantes, lo que termine de minar lo ya largamente insostenible. Algo que justifique las caras tanquetas antidisturbios a chorros de agua, recién adquiridas, con que Interior apuesta por resolver los problemas de limpieza de las calles de Madrid.
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