La
presentadora que se preguntaba en directo si el alma de un asesino podría
transmitirse a través de un transplante de riñón, porque se trata siempre de
entretener a la vez que formar y educar ciudadanos en su vocación de servicio
público, le afea al vecino luchador del Gamonal ante la cámara los huevos
lanzados. Este le viene a decir que no les toque los huevos, si ese es el límite
máximo de su capacidad de síntesis. Como si con cada uno de ellos se chafase el
alma del pelotazo urbanístico que la lucha del barrio ha logrado finalmente enterrar
antes de que naciera, soterrar antes de que sus plazas de parking subterráneas terminaran de tragarse el suelo. El cielo en el barrio y el grito en el suelo.
Ese alma inconcreta de los huevos, sin embargo, no merecía atención de una TV1 rigurosa
y científica como para detallarla en sus pormenores caciquiles, oligárquicos, autoritarios
y especulativos, la sal de esta tierra.
No así el alma del nasciturus de esa Ley Gallardón que alarma al The New York Times, pero es jaleada por la ascendente ultraderecha francesa,
xenófoba e integrista, que sí merece todas las primeras planas argumentales posibles. Con el aval de algún grupo de expertos de alguna universidad navarra, laboralmente
segregada por sexos y tendente al control de la vida privada y reproductiva de sus
empleados.