Ese maldito
daimon socrático iba y venía como le
parecía, hablaba como cegado por la verdad indivisible, inflexible al ruido de
los detalles e implacable empezando por el resto de sí mismo. Si entusiasmo
significaba en griego antiguo andar literalmente poseído por los dioses, pese a
las apariencias sus acerados vocablos surgían de la alegría del liberado. Sondeen
hoy en su rostro la alegría del liberado sindical, a ver si acaso la detectan. En
conclusión, los irreparables saltos histéricos de sus mudables transposones genéticos
nos legaron lo mejor de Lewis Carroll, Juana de Arco o el propio Sócrates. Pero
tampoco era irrelevante que se estuviera privatizando a marchas sísmicas y endeudadas galeras la cárcel del mundo.
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