El profesor
universitario les infunde la superioridad de unas razas sobre otras, que la
homosexualidad es una enfermedad curable o el papel que la biología le
establece a la mujer en la reproducción de las antiguas cocinas. Los
alunizandos se remueven inquietos en las gradas escalonadas. Uno le pregunta al
otro: ¿Sabes por casualidad en qué siglo
estamos…? Otro se plantea cuánto han pagado sus padres por este máster, si
es que tiene padres y no son productos de probetas platónicas e ingeniería genética
avanzada. Nadie recuerda cómo ha llegado allí, si se trata de una universidad
pontificia de negocios o de una siniestra agencia de formación estatal. ¿Por qué
se celebra ya desde el prólogo del manual electrónico en sus tabletas aquel célebre
Tea Party? ¿No impedía religiosamente desde sus rudimentos
y principios fundacionales aquel glorioso movimiento todas esas prácticas y tecnologías, según detalla el primer apartado introductorio
del Libro? ¿Es una contradicción? ¿Importarán
para algo las contradicciones en ese siglo que podría resultar tan orwelliano, alentarán apenas nada considerado vagamente subversivo?
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