martes, 7 de enero de 2014

Ad Argumentum




No es plato de gusto, pero peor sería abandonarse a la demagogia de alternativas que son imposibles. Ni siquiera su debate en nombre de la democracia. Porque podría inducir a muchos a creerlo, y añadir con ello un problema político adicional a una situación de por sí delicada. De acuerdo, ocurrirá por sí solo. Entonces ya lo discutiremos represivamente sobre la confusión de los hechos humeantes.
Se notará en mi argumento que no desciendo a explicar por qué las alternativas son inviables. ¿Contravienen algún tipo de ley histórica tan férrea como las leyes de Newton? No es epistemológicamente el mejor ejemplo sino al contrario, lo sé. Pero se me entiende lo que quiero decir. ¿Quizás solo soy un pragmático? Acepto que se trata de un problema político. Por tanto depende de las cuotas de poder en juego, de su distribución. Convengo en que el desequilibrio es desmesurado. Precisamente por ello concluyo que cualquier rebeldía está condenada al fracaso sin paliativos. ¿Se me aceptaría como razonable este argumento?
Lo sé. Se me acusará de promover precisamente la ideología que afianza, que apuntala el sistema. Mientras siga siendo mayoritaria en las conciencias, será imposible desplazar ese eje de poder tan formidablemente sesgado de parte. Incluso aunque no admitiera ninguna interpretación dialéctica del acontecer histórico, volviendo a Newton coincidiré en que a falta de resistencias funciona el principio de inercia. Más aún: al tratarse de un proceso de creciente acumulación de poder y capital, se retroalimenta hipertróficamente. Solo el freno de emergencia de Benjamin, o la catástrofe ecológica lo detendrán. Es posible.
Nada detendrá, sin embargo, mi confianza en la bondad de mi argumento sobre la imposibilidad alternativa. El capitalismo, nos dijeron sus clásicos y hoy lo estamos corroborando, se sustenta en una cuestión de confianza.










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