No es plato
de gusto, pero peor sería abandonarse a la demagogia de alternativas que son
imposibles. Ni siquiera su debate en nombre de la democracia. Porque podría
inducir a muchos a creerlo, y añadir con ello un problema político adicional a
una situación de por sí delicada. De acuerdo, ocurrirá por sí solo. Entonces ya
lo discutiremos represivamente sobre la confusión de los hechos humeantes.
Se notará
en mi argumento que no desciendo a explicar por qué las alternativas son
inviables. ¿Contravienen algún tipo de ley histórica tan férrea como las leyes
de Newton? No es epistemológicamente el mejor ejemplo sino al contrario, lo sé.
Pero se me entiende lo que quiero decir. ¿Quizás solo soy un pragmático? Acepto
que se trata de un problema político. Por tanto depende de las cuotas de poder
en juego, de su distribución. Convengo en que el desequilibrio es desmesurado. Precisamente
por ello concluyo que cualquier rebeldía está condenada al fracaso sin
paliativos. ¿Se me aceptaría como razonable este argumento?
Lo sé. Se
me acusará de promover precisamente la ideología que afianza, que apuntala el
sistema. Mientras siga siendo mayoritaria en las conciencias, será imposible
desplazar ese eje de poder tan formidablemente sesgado de parte. Incluso aunque
no admitiera ninguna interpretación dialéctica del acontecer histórico,
volviendo a Newton coincidiré en que a falta de resistencias funciona el principio
de inercia. Más aún: al tratarse de un proceso de creciente acumulación de
poder y capital, se retroalimenta hipertróficamente. Solo el freno de
emergencia de Benjamin, o la catástrofe ecológica lo detendrán. Es posible.
Nada
detendrá, sin embargo, mi confianza en la bondad de mi argumento sobre la imposibilidad
alternativa. El capitalismo, nos dijeron sus clásicos y hoy lo estamos corroborando,
se sustenta en una cuestión de confianza.
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