Fabra crucifica finalmente Canal Nou entre un mar de ladrones, de modo que se da la trágica paradoja de que ya no
queda Canal Nou para ningunear o manipular ese hecho. La Fórmula Uno del
derroche y la corrupción consiste en ahorrar para hospitales y colegios
que no se construirán por respeto a las contratas de barracones, alega el enésimo honorable, aunque para
ello deba renunciar a su más cara y patética maquinaria mediática de
propaganda. El poder de la renuncia que exaltara el Dostoievski de Crimen sin castigo (en su traducción al valencià).
Aguirre,
que ya no manda recaderos pero todavía envía recados, amenaza a los jueces con
que detener los ERE en su Telemadrid desembocará en el mismo resultado. Ya lo
imaginamos: cámaras y realizadores encadenados a sus rosarios, mientras sus
legionarios se calzan sus coronas de espinas y sus opusinas de rabiosa
actualidad se fustigan desnudas sin nada que envidiarles a las FEMEN o Miley
Cirus, porque la envidia es un pecado capital que solo padecen izquierdistas y
otros patológicos sociales.
Los de la
nueva RTVE viendo las barbas de sus vecinos pelar, nos cuentan cómo pasó asomando tímidamente una
denuncia de la banalización de sus contenidos, que transcurren desde la
fervorosa fiesta del Pilar a las empanadillas de Móstoles sobrevolando a vista
de pájaro parados o desahuciados de casas y hospitales, o celebrando en
marmitas escamoteadas a niños desnutridos el España Directo.
Mientras,
el cura de Vallecas pone a remojar ante el Papa las del ultracatólico ministro
Fernández, el de de las cuchillas de disuasión, apenas psicológica, para evitar el
salto de la ciudadanía a las calles. Lo que confirma a Fabra o Aguirre en su firme
fe, recientemente revelada, de que la evangelización no requiere de aparatos mediáticos,
ni autonómicos ni nacionales. Todo lo que necesitamos es amor.