Son cientos,
pero se contaban con los dedos de la mano los congresistas norteamericanos que acudieron
a escuchar el testimonio de víctimas en Pakistán de sus mortíferos e indiscriminados
drones. El resto andaría en casa descansando del cierre de la Administración que
provocaron, o en el beisbol calculando con los dedos de las suyas los billones que
supondrá dejar de endeudarse astronómicamente en virtud de controlar la moneda de
referencia mundial, cuando China emprenda su operación monetaria para descabalgarlos
de las riendas. Lo raro es que los valientes que acudieron no cayeran abatidos en
algún tiroteo a las puertas del Congreso por parte de algún desquiciado, que jamás
debe tomarse como representativo de sus representantes ni de la dirigencia del país,
ni menos aún de la mayoría silenciosa que amparaba a Nixon como aquí a Franco.
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