La
alcaldesa Botella juega ahora a Caperucita Roja que evita despidos tras su
propio caos de sucio aprendiz de brujo privatizador, y nos lee cuentos
infantiles como a gilipollas para ilustrarnos sobre la maldad madrastra de las
huelgas y la bondad de la sumisión cenicienta, cuyo zapato mágico el diputado
de las CUP quiso calzar en el marmóreo rostro del príncipe azul de las
preferentes, Rodrigo Rato, que le salió rana a este país esquilmado y estafado
por sus oscuros sortilegios de genio de la botella, más terrorífico que el propio Poe.
Pero desengañémonos: por
más que algún lobo solitario de la Justicia haya soplado para derribar la casa
de sobresueldos de chocolate de los muchos cerditos, finalmente siempre ha
corrido la suerte del lince ibérico en extinción. Mientras que estos, superando con creces a sus émulos orwellianos, tras
desahuciar al resto de inquilinos del reino lo ofrendan encantados a precio de
saldo a vampiros y fondos buitre de reinos financieros lejanos.
Y colorín
colorado este cuento nos ha arruinado.
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