Madrid se
solaza en una abrupta geografía de basuras colmada de colinas inconquistables,
riscos de vidrio y valles umbríos de viandantes con pies de barro. A la
olímpica alcaldesa Botella la homenajean los barrenderos despedidos y los
salarialmente demediados con millones de ellas apuntando tanto a la verdad como
al atrevimiento, que salpica ya al gobierno central de la nación. Desgraciadamente
ni es francés ni la apodan Pepe, ni sobresale por gobernanta ilustrada excepto
en su inglés a destiempo mucho mejor que su español, pero sus resultados son de tifón filipino y competente ayuda internacional.
Rato, con
la suerte de caer esos días por Barcelona, también juega a eludir las basuras
financieras que tuvo la sensibilidad de endosar a gente con alzheimer, para que
una vez destapada la estafa bastara con no tener que recordárselo.
Wert se
inventa una basura de excusas para recortar las Erasmus, y el comisario
educativo en Bruselas meándose de risa sobre la diplomacia lo coloca en su sitio: casualmente en
pleno de centro de Madrid. Provocándole por cierto esas lógicas náuseas
ontológicas sobre sí mismo que la comunidad educativa y de padres no ha logrado
despertarle en mil protestas, que él despreciaba y ninguneaba con la altivez del
ilustrado europeo sobre los pueblos atrasados.
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