No te negaré que. Pero trataba de hacerlo
denodadamente. Fue lo que inclinó definitivamente la balanza en su contra. Pues hubiera preferido que me lo negaras, le descerrajó antes de
darle la espalda inmisericorde y definitiva. Él se quedó colgando de su
solución de compromiso, de sus medias tintas desteñidas, su constringente
centrismo y estreñido ademán. Casi como el inmigrante sin correa de seguridad
que cuelga del andamio sobre las cuchillas girantes de la maquinaria, por
cierto que adeudada por el patrón moroso, quien en aquellos momentos luce su
típico discurso xenófobo cargado de faltas de ortografía en el club de golf.
Ella acabará cuidando en sus agotadores horarios, bajo la espada de Damocles
del nuevo ERE, a aquel obrero sin papeles amputado, que algún desaprensivo
abandonó en la puerta de urgencias desangrándose. Él compartirá misa de doce
con el desabrido patriarca sin atreverse a preguntarse mutuamente por la ruina
que las desatadas lenguas les endosan a ambos.
Al fin cada uno en su
sitio tan fuera de lugar.
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