Hay que
haberse equivocado a una velocidad endiablada durante mucho tiempo para llegar
a acertar tanto. La conferencia asomaba como un conjunto de intelectuales,
típicamente culpando de lo ocurrido a grandes conceptos. Pero lo estimulante es
que finalmente fueran un puñado de gente lúcida hablando claro. Aunque, qué
duda cabe, hablando de los errores de concepto que sirven de coartada, cuando no
involuntaria complicidad, a lo ocurrido.
Quienes más
a fondo debieron liberarse de esos mismos errores que denuestan, encarnan siempre la
mayor preclaridad al respecto. Como solía sugerir Sócrates de sí mismo.
El a
posteriori de toda ingenuidad, de toda torpeza cognitiva pasada, radica en una
sencilla pregunta que desbarataba todo el entramado ideológico en el que andábamos
prendidos, cuando nos creíamos prendados, pero que quedó sepultada. Luego vendrá la
paciencia de lo negativo restante durante años para exhumarla, como si de una lenta
y penosa apertura de fosas trabada políticamente durante décadas se tratara.
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