Quince policías venezolanos detenidos por desobedecer órdenes
y dar suelta rienda a la violencia desmedida contra la violencia desmedida de
la rabia fascista del privilegio. Pese a los compañeros y trabajadores muertos,
muchos de forma indigna y cobarde como perros degollados, se debían al orden constitucional.
Reacción fulminante, coherente, inmediata del gobierno. Casi diríamos
democrática, a riesgo de blasfemia mediática. Detenidos por desobedecer órdenes,
no por obedecerlas.
Aquí por obedecer órdenes que jamás existieron, quienes las
emitieron salen indemnes de quince muertos. Estos últimos sí que completamente
inofensivos, por indefensos. Y sin embargo, una ofensa imperdonable en la línea
de flotación de nuestro amor por España, tanto que casi merecían abatirse. Por supuesto
que nos importan las personas: pero si tenemos que elegir entre las víctimas y
nuestros guardias, en eso somos todo corazón.
Aquí además interrogan encapuchados a manifestantes detenidos
para amedrentar al resto, excepto a los infiltrados policiales responsables de
los disturbios. Golpean, rompen huesos o sacan ojos a pensionistas, estudiantes,
parados, universitarios y demás perroflautas risibles e inocuos, parapetados
tras el hueco de sus placas de identificación olvidadas en casa encima del
piano, junto al bonsái y los sonetos de Shakespeare. Aquí se detiene desde hace años en el País Vasco proporcionalmente más gente que en la totalitaria Cuba, tres de cada cuatro finalmente liberados sin acusación alguna.
Pero estos pequeños defectos de forma nunca nos arredrarán en
nuestra valiente y comprometida denuncia contra la dictadura de ese gobierno venezolano, que
lleva quince años ganando elecciones con mayorías inapelables y poniendo los
muertos en la calle de cada celebración ganada al dinero, bajo la balacera de la libertad
desde coches de alta gama.
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