Aquel
monseñor que al poco del 11-M recalcaba que había ocurrido porque en España se
pecaba demasiado.
Por ejemplo,
se pecaba de soportar demasiada ignominia de la radio de los obispos, que
radiaba inmoralidad tóxica literalmente radiactiva sin que clamara al cielo.
Como la de cadáveres congelados sustituyendo a víctimas que según estos
conspiracionistas de Dios nunca existieron, léase el GEO muerto en Leganés y
familia amputada. Sencillamente Rubalcaba, los jueces, los Tedax, el comisario de
Vallecas y su esposa destruida por el acoso, los servicios secretos marroquíes
y ETA conspiraban juntos para que pareciera que Aznar y sus legionarios de
Cristo ministeriales habían hecho algo más que equivocarse cuando colaboraban en una
masacre en Irak que nadie apoyaba, cuando mentían sobre la autoría, tratando de alistar a su causa a los cadáveres
calientes pero mirando hacia otras urnas que las funerarias.
El cardenal
Rouco, nuestro intrigante Richelieu en versión agreste, cierra el círculo en su
misa conmemorativa de despedida ante las víctimas como máximo responsable de
todo ello: Convendremos todos en que el
atentado se realizó para cambiar un gobierno elegido por Dios, y eso está muy
feo.
Como esto es España, a eso lo llaman reconciliación.
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