Crónica de
la vida anunciada. Ahora sí que nos podemos olvidar de que el gran Gabo
viaje a España, menos aún si siguiera vivo. Si un genio universal de su talla
de palabras e imaginación oceánica, sin parangón en nuestro país, nos señala
nuestro provincianismo cuando rechazamos a sus paisanos en Barajas quizás
debiéramos pararnos a pensarlo un poco, incluso a riesgo de atentar contra la
españolidad misma. Hoy que aquí asistimos de nuevo a la primavera del patriarca. De hecho, sigue mucho más vivo que el melifluo Vargas Llosa
de plástico inserto en El País y otras maquinarias posmodernas de impostación:
el grado cero del valor periodístico-literario, en las antípodas del realismo
mágico y a lo que la crítica no especializada denomina habitualmente sarta de
repugnantes mentiras. A la Real Academia Española de lágimas de cocodrilo y
anaqueles polvorientos, a la Colombia genocida que nuestros medios insisten en
llamar democrática pese a sus pavorosas cifras mundiales de asesinato político
y que le condenó al exilio, les tocan los compungidos y farisaicos discursos en
serie, el retumbar monótono de sus propios ataúdes ya en activo, aunque no lo
sepan. Como para aquel Buendía, hoy igual que ayer y que mañana será siempre
jueves santo.
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