Esto es de
unos, aquello de al fondo de los otros: pero ese atardecer lo ha transfigurado
sin restricción aduanera alguna. Ha vuelto a ser el templo lisérgico,
intemporal, esta vez en un viejo edificio administrativo abandonado a medio
camino entre ambos países, y a cuyos ciegos ojos recurren las palomas en sus
trasiegos y almacenajes, agradeciéndole majestuosamente su gratitud en forma de
condensación de mundo, como un espejo del cielo a un dedo por debajo del
horizonte mediterráneo. El barco que viene a beber mar a su ventana a diario y
a la noche desaparece, también lo sabe. Así se lo atestiguan sus guiños de luz
al fondo de la tarde.
Nada más
que declarar.
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