Varias
cosas sobre los zombies. Las películas
nos suelen mentir descarada e impunemente solo por inyectarle tensión a la
acción, al tiempo que obligadas a deshacerse de tanto personaje secundario en
el estrecho margen que le dejan hora y media o dos horas: los zombies nunca son tan veloces, como si
se tratase de hambrientos felinos del National
Geographic. Lo descubrió tras una larga noche de terror. Puedes permitirte
que se acerquen a cuatro o cinco metros sin problema, desperezarte, dejar el
bocadillo de paté de pimienta apoyado en el quicio y salir a paso rápido con el
objeto de desviarle, perderle a la vuelta de la manzana y recuperar el grato
momento en aquella esquina donde terminar de saborear el bocadillo y engullirlo
pensando en tu equipo de fútbol. La angustia fatal y honda, con íntimas y
perdurables secuelas, acontece cuando al fin reparas en que el resto de tu vida
será eso. Nunca te cazarían dados sus lentos movimientos, sus gruñidos y el
hipnótico fru-frú de sus acartonados harapos avisando siempre a distancia. El
auténtico problema es que al haber tantos y en todas partes siempre impedirían
al protagonista disfrutar enteramente cualquier rato sin tener que
interrumpirlo, en una cansina y cada vez más desanimada huida. Eso
descubrió en una noche de terror que duró lo que la eternidad de una duermevela
alcohólica, en la parada del búho
nocturno de la hormigueante Cibeles.
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