¿Por qué este mundo…?, clamó el meditativo
encaramado a las cimas de la LSD, a la espera del acuse de recibo de su monótono
eco. Y entonces el mundo resonó antrópicamente, encarándole la indisimulada ingratitud que alienta
siempre en la pregunta, que pregona su incombustible lógica autoinconsciente: ¿Cómo si no ibas a estar ahí planteándolo...?
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