Pero
ninguna equiparable a cuando aquel directivo se jactaba de haberse sacado del
culo la cifra de 7.000 millones como rescate a su banco, con lo que sumió al Estado
en un agujero que finalmente sobrepasó los 30.000. Aun así tímido en
comparación con el enorme boquete anal que debió de extendérsele como una
llanura, según narran los testigos auriculares de los lavabos que escucharon
sus risas y aquellos desagradables chasquidos metálicos. Lo que no les resultó nada
sospechoso en un banco habitualmente nevado, que albergaba en sus sótanos
suficiente material financiero radiactivo como para provocarle al país una
larga glaciación de humanidad para los restos, en medio de las carcajadas. Porque
todo esto se podía leer aquellos días en cualquiera de los periódicos viejos que
resguardaban a tantos de la ola polar de aquel crudo invierno, sobre los bancos
nevados del parque de pasivos y demás desechos tóxicos.
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