lunes, 12 de agosto de 2013

Corresponsal




Las palmeras clavan sus acerados destellos de luz en un cielo azul mar.
Eso creyó que sería lo último que vería, acunado por una armonía indescriptible ajena al charco de sangre donde reposaba su cabeza, pero renunció a hacer frases. Esta vez el bloqueo era una apertura tan plena e íntima que le resultó ridículo solo intentar pensar en anotarlo, no requería ni intermediaciones ni los habituales interlocutores ficticios.
Era de esos escritores de mil balas, pero todas en la recámara. En Denver, Colorado, salpicaban en cualquier momento los colegios. Las vio volar fronterizas a la cordura en El Salvador, Colombia y Méjico. De Río de Janeiro incluso había regresado con alguna crónica agujereada en lírica quemazón que mejoraba sus frases cortas y secas de fallido género negro.
El mejor material lo había obtenido como empotrado a un amigo corresponsal de guerra empotrado en Irak, durante dos meses, donde vio matar y luego morir a un francotirador mercenario con el que intimó: a la vuelta narró su historia como este se la transmitiera en dos noches al raso de las ruinas y la lumbre del tabaco de contrabando, y le alcanzó para su primer y rentable éxito.
En California, a cuya Universidad acudió a impartir un jugoso taller de escritura periodística, se cayó de unos patines.









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