Las palmeras
clavan sus acerados destellos de luz en un cielo azul mar.
Eso creyó
que sería lo último que vería, acunado por una armonía indescriptible ajena al
charco de sangre donde reposaba su cabeza, pero renunció a hacer frases. Esta
vez el bloqueo era una apertura tan plena e íntima que le resultó ridículo solo
intentar pensar en anotarlo, no requería ni intermediaciones ni los habituales
interlocutores ficticios.
Era de esos
escritores de mil balas, pero todas en la recámara. En Denver, Colorado, salpicaban
en cualquier momento los colegios. Las vio volar fronterizas a la cordura en El
Salvador, Colombia y Méjico. De Río de Janeiro incluso había regresado con
alguna crónica agujereada en lírica quemazón que mejoraba sus frases cortas y
secas de fallido género negro.
El mejor
material lo había obtenido como empotrado a un amigo corresponsal de guerra
empotrado en Irak, durante dos meses, donde vio matar y luego morir a un
francotirador mercenario con el que intimó: a la vuelta narró su historia como
este se la transmitiera en dos noches al raso de las ruinas y la lumbre del
tabaco de contrabando, y le alcanzó para su primer y rentable éxito.
En
California, a cuya Universidad acudió a impartir un jugoso taller de escritura
periodística, se cayó de unos patines.
No hay comentarios:
Publicar un comentario