Amigable pero meticuloso hasta lo litúrgico, disponía
las fichas en la mesa con una endiablada precisión.
Pese a las
leyes derogadas ad hoc, como la del tabaco cuya ausencia renacía su viejo asma
en la atonía del náufrago, o a sus condiciones laborales de chimpancé
entrenado, se entregaba al trabajo con obsesiva concentración porque le evitaba
saber demasiado de lo que ocurría alrededor.
Nunca llegó
a conocer a sus homólogos de Macao.
A veces
canturreaba mentalmente aquello de Aunque
muera el verano y tenga prisa el invierno, la primavera sabe que la espero en
Madrid; o se preguntaba si habrían llegado ya las ansiadas Olimpiadas con
sus renovados pelotazos, sus pistas de oro y sus piscinas de dinero, puesto que
era ya incapaz de pensarlo de otro modo.
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