Richard
Feynman trasteaba en las cajas fuertes de sus compañeros, se divertían.
Eran
geniales y muy humanos, demasiado. Fabricaron secretamente la bomba atómica e
inauguraron la actual era del peligro de autodestrucción termonuclear.
Sin embargo,
quizás nos quepa finalmente relativizar
ese legado de la segunda era dorada de la Física, si admitimos que el
envenenamiento acelerado del entorno, la presión antropogénica sobre el
ecosistema, pudiera ser finalmente la lápida de la aventura humana sin haber
vivido de por medio ningún invierno estrictamente nuclear.
¿A quién puede importarle mi arsenal informático o las armas
escondidas en el búnker del sótano?, solía
decirse unos meses antes de la matanza en el centro comercial y el ciberataque difuso
que llegó a provocar apagones y saqueos, y que el Departamento de Estado también
atribuyó a los chinos.
Otro tanto
razonaban los dirigentes de Corea del Norte, donde obedientes ejércitos
desfilan su creencia de que fue el amado líder quien inventó la energía nuclear
en sus ratos libres.
Aquí nuestros sumisos ejércitos zombies desfilan por los centros
comerciales la creencia de que Corea del Norte es el gran peligro nuclear del
mundo.
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