Porque la
peste de Camus, ni siquiera la de Muerte
en Venecia de Mann significan la peste literal y bubónica. Representan la
disolución autodestructiva del orden social.
Pero qué
podía importarle a él, que había sobrevivido durante dos años en aquella vieja
cabaña tan lejos de los palacios y los mercados, mientras que de los caminos
colgaban los frutos podridos de lo que habían sido hombres, mujeres, niños. Las
siniestras procesiones de embozados brujos le sacrificaban brujas pobres a la
luna.
Arañando
del bosque apenas lo justo para no morir se especializó principalmente en bayas
salvajes, sustitutivas de las viejas perlas que los señores antaño le
encomendaban para sus trabajos. Tanto tiempo sin otros seres humanos que el
viejo orfebre llegó al convencimiento de que el único apestado era él, y que la
memoria traumática de algún arcano ostracismo le jugaba ahora una mala pasada.
Se le
amontonaron los personajes de piedra en los riscos, y los de nubes en el cielo.
Las lluvias purificaban el aire, y algún que otro amigo arbóreo había sucumbido
al rayo. El bosque le absolvió de aquel pecado original que había olvidado para
siempre, y así quedó liberado de aquellas malditas oraciones impostadas del
primer mes que los mirlos nunca atendieron.
Ni un solo
dragón en el camino, ni un triste elfo.
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