sábado, 27 de julio de 2013

Crimen y castigo





A la ministra se le multiplicaba por momentos la ceguera o la desmemoria sobre tanto obsequio durante años a cambio de nada, ante la ametralladora de preguntas de la prensa.
No se caracterizaba por demasiada cintura ni verbo fácil. Trataba de imitar a la presidenta en el gesto adusto, en el tono acerado de las atrabiliarias respuestas con las que solía atajar los temas delicados que la comprometían, que ya eran casi todos.
Pero en su caso no colaba. A la ministra inmaculada con más muertos encima tras el de Defensa la perseguiría siempre la mancha de Eurodisney. A fin de cuentas, era lo que mejor encajaba con su gesto frecuente de no entender nada más allá del confetti y los globos, que incluso habrían invisibilizado el jaguar del marido en el garaje.
El resto del partido tendía la alfombra roja a la mafiosa Eurovegas, o se fumaba a los jueces no solo en las viñetas satíricas. Los subsaharianos morían a las puertas de las consultas a manos de estos supernumerarios, los ancianos proscritos compraban la mitad de los medicamentos prescritos. Tras su mandato no habría cura para el sistema sanitario, y en Justicia que es femenina se abortaría la libertad del aborto. Las escuelas volverían a tomarse en serio viejas historias de antiguos palestinos. Los submarinos atravesaban las profundidades de las aguas públicas portando toneladas de armamento con que festejar al aire la primavera en las plazas árabes, para mayor gloria del negocio privado del ministro. El Corpus Cristi de procesión por los retretes de platino.
Como apuntaba ese gran tramposo del partido, beato y odiado exministro, todo se andará con el santo sacramento de la confesión. Era su manera de evangelizarnos a los descreídos, y mostrarnos nuestra inferioridad intelectual y moral: restregarnos la enorme desventaja de no poder hacer trampas a conciencia con la absolución divina esperándonos a la vuelta de confesionario, y en su lugar abocarnos al absurdo tormento de Raskolnikov.






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