Incontrastable
a todas luces, perduró como motor de oscuridad por los siglos. Ni la Física, ni
la Química, ni siquiera la Biología han logrado localizarlo en los intersticios
atómicos o descifrarlo en los aminoácidos ¡si apenas pueden ya meramente desadjetivarlo
del bosón de Higgs!
Y si lo
hubieran logrado todas juntas, cada vez con mayor profundidad, misterio e
inmensidad, no podrían demostrarlo.
La idea se
ha batido en retirada de todos los frentes, se ha visto obligada a fortificarse
en el sentir popular como el imperturbable destino.
Pero el
vacío de un templo, como el de un museo, no es igual que el resto de vacíos
profanos. Ahí reside el misterio.
El misterio de que
el milagro performativo de las realidades culturales se fundamente en sí mismo,
nazca de su propia decisión de nacer. Que el sentido de la diferenciación primordial
que obra todo acto de fundación cultural sea causa sui.
O que la idea reaparezca ahora como idea innata cartesiana, por la puerta de atrás de la neurociencia.
O que la idea reaparezca ahora como idea innata cartesiana, por la puerta de atrás de la neurociencia.
Y que tantos
ateos lo piropeen en cada orgasmo.
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