sábado, 27 de julio de 2013

El que es





Incontrastable a todas luces, perduró como motor de oscuridad por los siglos. Ni la Física, ni la Química, ni siquiera la Biología han logrado localizarlo en los intersticios atómicos o descifrarlo en los aminoácidos ¡si apenas pueden ya meramente desadjetivarlo del bosón de Higgs!
Y si lo hubieran logrado todas juntas, cada vez con mayor profundidad, misterio e inmensidad, no podrían demostrarlo.
La idea se ha batido en retirada de todos los frentes, se ha visto obligada a fortificarse en el sentir popular como el imperturbable destino.
Pero el vacío de un templo, como el de un museo, no es igual que el resto de vacíos profanos. Ahí reside el misterio.
El misterio de que el milagro performativo de las realidades culturales se fundamente en sí mismo, nazca de su propia decisión de nacer. Que el sentido de la diferenciación primordial que obra todo acto de fundación cultural sea causa sui. 
O que la idea reaparezca ahora como idea innata cartesiana, por la puerta de atrás de la neurociencia.
Y que tantos ateos lo piropeen en cada orgasmo.





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