sábado, 27 de julio de 2013

El príncipe feliz




Oscilante y maquiavélico, desde lo alto de la torre divisaba a sus pies el monótono, inercial e inconsciente trajín ciudadano, que se recreaba en sobresaltar puntualmente con su explosión de resonantes campanas inoculando el terror sagrado en los huesos. Pero aquella medianoche el relámpago cabalgando su propio estruendo se le adelantó, y el enorme péndulo se precipitó humeante hacia el centro de la fuente en medio de la plaza, donde hubo un tiempo que se apostó soberbio el príncipe feliz saqueado en becas para estudiantes pobres y ayudas a la dependencia. Y entonces sí, los lugareños en adelante adoraron aquella herrumbre como un resorte desprendido del humor planetario. 






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