Probablemente
una compleja república celular o bacteriana sabe que muere, en la misma medida
en que lo sabe a otra escala un cerebro humano tras escuchar a sus nervios y
conceptos confirmárselo: eso si no activa directamente ella misma su propia
apoptosis o suicidio celular programado.
Cuando la
amó era recrear de nuevo el primer acto de fe de la vida respecto a sí misma. El
resto del tiempo fue rememorar juntos por separado su inevitable textura de
degradación.
Y ubicuos
ecos de su radiación de fondo.
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