Podríamos
estar camino de superar la prehistoria humana, a menos que andemos acelerando hacia
el final de tanta historia para nada.
Cada cual
asume sus apuestas racionales.
En realidad
ninguna de las dos significaría demasiado en un universo en que proliferara la
vida, incluso las civilizaciones inteligentes avanzadas que hubieran superado
este primer trago amargo de la autodestrucción planetaria. Por probabilidades la
vida proseguiría su curso en cualquier caso, mientras quede alguien en nuestra
tumba para recitar como exorcismo ese trillado salmo.
Pero ay si
cargamos sobre nuestras espaldas la responsabilidad exclusiva de emociones,
ideas y actos en el universo, fruto de una irrepetible casualidad cósmica.
En ese caso
da más apuro metafísico que las luchas tribales o clánicas de poder eclipsen a
todas luces nuestra conciencia de especie y comprometan nuestra supervivencia,
pasando por encima tanto de las prescripciones científicas como del humanismo
revolucionario, sea laico o de inspiración religiosa.
Unos lo
declaran resultado de no desanimalizarnos todavía lo suficiente, nuestro
torcido renglón camino del alma pura. Otros arguyen que de traicionar nuestros
orígenes animales nos hemos vuelto unos desalmados.
El mensaje
arrojado a la velocidad de la luz dentro de una botella combinaba el canon
áureo de las formas humanas o las ecuaciones relativistas con un puñado de
genocidios de muestra: era la manera más juiciosa de acercarse a una eternidad
a tan solo millones de años vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario