Creía que
con literatura se le subsanarían los días, y leyó, leyó, leyó hasta enloquecer,
y acabó creyéndose un ingenioso hidalgo de la Mancha al que Sancho Panza
trataba de embaucar para perseguir no se sabe qué quimeras fuera de su pueblo,
deseando arrastrarle a arremeter contra los atronadores gigantes como si de
meros molinos de viento se tratara.
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