No encajan
las piezas, las fórmulas se le resisten. Ha subido numerosas veces las escalerillas
de un autobús público en supersticioso homenaje a Poincaré, más incluso de las
que su bolsillo de becario y los trayectos permitían, pero de poco ha servido.
Y entonces
un día, cuando menos se lo esperaba, soñó delante de la chimenea con el anillo
de benceno de Kekulé. Al despertarse no sabía que también lo había hecho con el
Ouroboros de su demostración.
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