¿Resulta
tan inmoral tratar de disuadir de sus supersticiones íntimas a un adulto como
explicarle a un niño no solo que los reyes son los padres sino, aún peor, que
los motivos de su apego son bastante más espurios que sus enternecedoras
defensas respectivas de la magia en el mundo o la profunda fe? Weber lo sintetizó
magistralmente en su concepto de desencantamiento
del mundo. El quid de la
trampa
polisémica estriba en sugerir que sería recíprocamente esta pérdida de
asideros míticos lo que a su vez nos habría desencantado respecto al mundo, y no el hecho de que el mundo
podría estar encantado de librarse de nosotros próximamente, en un
revolucionario alarde de democracia ecológica y apoyado en razones bien
fundadas.
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