Por su voz
le conoceréis en los semáforos, estentórea y hermosa hasta lo venerable.
-Hermano,
una mano: pero que no sea al cuello –solía poner de guinda al discurso, ante el
regocijo generoso de los conductores.
Hasta que
un vídeo en youtube lo inmortalizó,
rastafari de piel muy negra recitando hondamente y con humor cual actor
shakesperiano en las ventanillas de los coches, para ganarse unas perras. Y de
las millones de visitas saltó a los telediarios y a la fama mundial de los
quince minutos de Warhol, ese otro extravagante sagrado carente de talento alguno
conocido que no fuera parasitario.
Inmediatamente
lo habían convertido en flamante presentador de alguna sección de un noticiero en una
gran cadena y había firmado unos cuantos contratos de doblaje: de sopetón dejó
atrás la vida mendicante para siempre, como un mal sueño calderoniano. No en vano
afirmaba en las entrevistas ilusionado que aprovecharía la oportunidad para
tratar de cumplir su sueño en el teatro.
En otro
telediario un vagabundo brasileño argumentaba ante la cámara que era una
persona espiritual y profunda, desafiaba a cualquiera a confirmarlo hablando
con él, y sin embargo no había conocido otra cosa en la gran urbe que la
miseria, mientras contemplaba atónito a diario a los hueros botarates de la tv.
y el show viviendo del cuento
oligofrénico, en el más sangrante derroche. ¿Era razonable o justo aquello…?
Y precisamente
porque no le faltaba razón, allí se pudriría si no lo abortaba antes una bala en la favela,
en aquel semáforo de la verdad que mejoraba ostensiblemente en autenticidad al
confesionario de cualquier reality
televisivo.
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