No
recordaba lo que le susurró el médico al oído tras el cachete seco y su primer
llanto, pero ya entonces lo entendió como un castigo por su dejadez e indolencia
en la complicada y larga cesárea, e interpretó en aquella burbuja de cristal su
primera celda de aislamiento. Nada de ello logró disuadirlo no obstante de que seguía
siendo un pez.
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